Juan
Rulfo y Eduardo Galeano: admiraciones mutuas y otros vasos comunicantes
Por
Mario Casasús/La Jornada Semanal
La relación de
admiración y amistad que el escritor uruguayo tuvo y mantuvo con Juan Rulfo
está bien y sabrosamente documentada en este acucioso artículo que pone a
dialogar a estos dos grandes nombres de la literatura latinoamericana.
Una novela y un libro de
relatos absolutamente geniales, y la figura ya mítica de su autor a cien años de
su nacimiento, han sido y serán fuente de estudio e inspiración para las nuevas
generaciones. Sus ramajes en la cultura occidental son inagotables.
El tercer volumen de Memoria del fuego, publicado por Eduardo Galeano en 1986, comienza
con una frase de Juan Rulfo: “y agarrándonos del viento con las uñas”. El
epígrafe era un homenaje por partida doble: lo admiraba y el año iniciaba con
la muerte de Rulfo, acaecida el 7 de enero de 1986. El cazador de historias
escribió: 1927. San Gabriel de Jalisco.
Un niño mira.
[…] Juan Rulfo contempla
a ojo desnudo su tierra áspera. Ve a los jinetes, federales o cristeros, que lo
mismo da, emergiendo del humo y, tras ellos, allá lejos un incendio. Ve la
hilera de ahorcados, pura ropa en girones vaciada por los buitres, y ve una
procesión de mujeres vestidas de negro.
Juan
Rulfo es un niño de nueve años rodeado de fantasmas que se le parecen.
Aquí
no hay nada viviente. No hay más voces que los aullidos de los coyotes, ni más
aire que el negro viento que sube en tremolina. En los llanos de Jalisco, los
vivos son muertos que disimulan.
En
la página 245 del memorial, Galeano pasó de la niñez de 1927 a la madurez de
1953 (año de la publicación de El Llano
en llamas, pero lo confunde con la aparición de Pedro Páramo en 1955). “Hace quince años dijo lo que tenía que
decir”, señaló en el capítulo fechado: 1968.
Ciudad de México. Rulfo.
En el silencio, late
otro México. Juan Rulfo, narrador de desventuras de los vivos y los muertos,
guarda silencio. Hace quince años dijo lo que tenía que decir, en una novela
corta y unos pocos relatos, y desde entonces calla. O sea: hizo el amor de
hondísima manera y después se quedó dormido.
Una década después de Memoria del fuego, el poeta Marco Antonio Campos publicó el libro
de entrevistas Literatura en voz alta
(1996), fue la primera vez que le preguntaron directamente por Rulfo, a lo
largo de la conversación Galeano dijo:
Mi maestro es más Rulfo
que Carpentier, aunque admire a los dos […] Quien me influyó más desde niño fue
Horacio Quiroga. Una influencia temprana. Pero la influencia mayor no es de un
uruguayo, sino de un mexicano: Juan Rulfo. Me dio una lección de sobriedad y
economía verbales. Era la suya una sequedad mojada. El lenguaje de Rulfo es muy
elaborado; él me enseñó que se escribe con el lápiz, pero que ante todo debe
cortarse con el hacha.
Durante la gira de promoción del libro Espejos (2008), Galeano conversó con Armando
G. Tejeda (corresponsal de La Jornada
en España), el narrador uruguayo afirmó: -“Sí, yo escribo a mi manera, que es a
su vez una manera muy influida por mi maestro Juan Rulfo. En una entrevista,
hace ya algún tiempo, me pidieron que eligiera a los escritores más importantes
en mi formación literaria. Yo contesté: Juan Rulfo, Juan Rulfo y Juan Rulfo” (29/05/2008).
La declaración sobre los escritores preferidos
de Galeano data de la presentación de Bocas
del tiempo (2004), en la Feria Internacional del Libro de Madrid: “abrió su
discurso contando una anécdota curiosa; al pasear por la Feria se encontró con
que la librería Juan Rulfo ocupa el número 333. El mismo número de sus historias
breves [en Bocas del tiempo]. Rulfo fue
mi amigo y maestro –señaló Galeano-. Fue
el escritor del que me siento más cerca, que admiro y quiero. Cuando me
preguntan cuáles son mis escritores favoritos repito: Juan Rulfo, Juan Rulfo,
Juan Rulfo” (Agencia EFE, 7/05/2004). La primera vez que Galeano publicó un
relato sobre su maestro fue en Días y
noches de amor y de guerra (1978), en el capítulo El hombre que supo callar:
Juan
Rulfo dijo lo que tenía que decir en pocas páginas, puro hueso y carne sin
grasa, y después guardó silencio.
En
1974, en Buenos Aires, Rulfo me dijo que no tenía tiempo para escribir como
quería, por el mucho trabajo que le deba su empleo en la administración pública.
Para tener tiempo necesitaba una licencia y la licencia había que pedírsela a
los médicos. Y uno no puede, me explicó Rulfo, ir al médico y decirle: “Me
siento muy triste, porque por esas cosas no dan licencia los médicos”.
Los detalles de esta amistad no son conocidos en
Sudamérica, en el libro Galeano. Apuntes
para una biografía (2015), Fabián Kovacic menciona una vez al autor de Pedro Páramo: “Y en este caso ya hay
cuatro nombres que influyeron sobre el boom y personalmente sobre Galeano. Se
trata del uruguayo Juan Carlos Onetti, amigo mayor de Galeano y su maestro
literario; el guatemalteco Miguel Ángel Asturias, iniciador de la saga de obras
realistas en América Central utilizando para eso a la propia historia de su
patria; el mexicano Juan Rulfo, promotor del realismo en su país, y el cubano
Alejo Carpentier”. La genealogía literaria está en el radar del biógrafo Fabián
Kovacic, sin embargo nadie había mencionado que Rulfo admiraba a Galeano, si
bien fueron amigos, no había ningún registro del sentimiento recíproco.
En la Cátedra Juan Rulfo conversé con su hijo
Juan Francisco, me dijo que recientemente encontró un ejemplar de Pedro Páramo dedicado y autografiado
para Eduardo Galeano. La biblioteca personal de Rulfo resguarda 10,000 títulos,
destacan 700 libros de fotografía, 50 traducciones de Pedro Páramo y 30 de El Llano
en llamas, las ediciones latinoamericanas de sus tres libros (por ejemplo: Rulfo
recibió -desde Montevideo- El gallo de
oro publicado por Heber Raviolo en 1981), y varios ejemplares de Pedro Páramo con anotaciones en los
márgenes.
En exclusiva para La Jornada Semanal, y
con autorización de Juan Francisco Rulfo, estas líneas vienen acompañadas por la
imagen de la dedicatoria que Rulfo escribió para Eduardo Galeano.
¿Por qué Rulfo no envió el libro al domicilio de
Galeano en España?, no tenemos la certeza. Empero, el biógrafo Alberto Vital
afirma: “Rulfo mandó muchas postales y escribió muchas cartas. La familia
conserva los originales de misivas personales que él nunca envió a sus
destinatarios” (Noticias sobre Juan Rulfo,
2017). Rulfo murió sin leer los dos capítulos de Memoria del fuego y Galeano murió sin leer la dedicatoria en Pedro Páramo. Incluso, el cineasta Juan
Carlos Rulfo no sabía que su hermano Juan Francisco había encontrado el
ejemplar autografiado, Juan Carlos estrenó -en el Instituto Cultural Cabañas- la
serie documental Cien años con Juan Rulfo
(siete episodios de cincuenta minutos cada uno), para el proyecto entrevistó a
Galeano en Montevideo (marzo de 2014), los adelantos de la serie pueden verse
en YouTube, resulta conmovedor
escuchar a Galeano leyendo un fragmento de Pedro
Páramo, y hubiera sido maravillosa la secuencia de imágenes y silencios de
Galeano recibiendo el ejemplar autografiado por Rulfo. Juan Carlos heredó la
amistad de su papá, Galeano viajó a México para ser padrino y testigo ante el
juez del registro civil en la boda de Juan Carlos (en la actualidad, éste
prepara un documental dedicado a Galeano y, seguramente el largometraje retomará
esta historia exclusiva de La Jornada
Semanal). Cuando entrevisté a Eduardo Galeano en Xalapa, con la intención
de que escribiera un texto para el libro Juan
Rulfo. Otras miradas, le pregunté:
-¿Reconsideraría reescribir un ensayo sobre Rulfo sumando
las declaraciones que usted ha hecho a la prensa?
-No, porque justamente
es lo que me enseñó –fue mi amigo- le debo mucho, esa lección de silencio que
nos dio a todos, él nos enseñó a valorar el silencio, a saber que las palabras
están de antemano condenadas porque compiten con el silencio que es el más
hondo de los lenguajes y uno sabe que va a perder. Aplica aquello que Onetti
–otro gran maestro- me enseñó: “nunca dejes en el papel escritas palabras que
no te parezcan mejores que el silencio, palabras que no te parezcan mejores que
el silencio sácalas, suprimilas”. Claro a mí se me va la mano –a veces- porque
saco todo, me quedan dos o tres palabras sin publicar; esa fue una lección que
aprendí de Rulfo y que no olvidé nunca –Onetti después la complementó-, ese
valor inmenso del silencio y el desafío que implica, entonces hay que saber
callarse, los escritores tenemos que saber callarnos, cuando creo que he dicho
una cosa de una manera redondita y que está bien, y expresa lo que quiero, como
lo que dije de Rulfo: “había escrito poco en cantidad, pero lo había escrito de
tal modo, con tanta intensidad y con tan alta perfección que eso era como
alguien que hace el amor de hondísima manera y después se queda dormido”. Eso
no hay que palabrearlo, creo que la vida no hay que palabrearla. Muchas veces
recibo libros que están muy bien hechos, bien armados, pero están muy
palabreados, a mí me gusta que la vida viva, no una vida palabreada (teleSUR, 24/03/2009).
Para conmemorar el centenario de Rulfo, el biógrafo
Alberto Vital escribió: “Un acontecimiento en verdad importante para la vida de Juan Rulfo fue
la lectura de Pablo Neruda. Si se quiere hablar de la biografía de Juan Rulfo,
hay que hacer esto: hablar de sus lecturas, de su escritura y de sus
fotografías” (Brecha, 19/05/2017). Lo mismo podemos decir de
Galeano, conocer a Rulfo fue un acontecimiento importante; no podemos hablar de
la biografía del uruguayo sin mencionar sus lecturas, su escritura y sus
dibujos.
*Edición impresa de La Jornada
Semanal (núm. 1168, pp. 2-3). Ciudad de México, 23 de julio de
2017.
http://semanal.jornada.com.mx/2017/07/24/juan-rulfo-y-eduardo-galeano-admiraciones-mutuas-y-otros-vasos-comunicantes-6710.html
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