Por Mario Casasús*
José Agustín estudió
la primaria y secundaria en el colegio católico Simón Bolívar, a los 9 años
recibió la primera comunión del obispo Méndez Arceo, en una ceremonia
organizada por la escuela. Al ingresar a la secundaria comenzaron los problemas
por la disciplina de los sacerdotes capitalinos, expulsaron al joven estudiante
por su actitud rebelde, por cuestionar la autoridad de los profesores y por
fumar tabaco en las instalaciones. Debido a la represión clerical abandonó su
fe: “Había tenido de niño una fe religiosa fuerte, pero se extinguió como a los
doce años. De repente me valió madres, y llegué a ser tan descreído que recién
entrado a la Prepa me mandé hacer las únicas tarjetas de presentación que he
tenido en mi vida, que decían: José
Agustín, ateo”.[1]
Durante los años mozos vivió el comunismo en Cuba, al regresar a México se
dedicó de lleno a la literatura, hizo una pausa obligada en la prisión de
Lecumberri, años después emigró a Iowa, Denver y California, al acercarse a la
psicodelia vivió auténticas experiencias religiosas. En 1975 llegó a Morelos,
gracias a la Teología de la Liberación y sus vínculos con el zapatismo, José
Agustín recuperó sus creencias cristianas influenciado por la doctrina de
monseñor Méndez Arceo y la innovación del sacerdote Gregorio Lemercier:
Por esas fechas [1965] el padre Gregorio Lemercier escandalizó
al mundo católico porque en su monasterio de Cuernavaca él y sus monjes se
sometieron al sicoanálisis. Tanto la curia mexicana como la cúpula del Vaticano
se ofendieron terriblemente pues para ellos el precedente de Lemercier
implicaba dejar la iglesia en manos de Freud. El mundo católico supo de golpe
que las cosas cambiaban irreversiblemente, si es que no lo advirtió en marzo de
1965, cuando los católicos practicantes que iban a misa por primera vez en su
vida vieron que el sacerdote oficiaba de frente, ya no de espaldas, y que
además la misa era en español, pues el latín finalmente era lengua muerta
después de dos mil años […] Cuernavaca estaba de
moda. Además del monasterio del padre Lemercier allí atraía la atención el
obispo Sergio Méndez Arceo, que corporeizaba la otra cara de la crisis de la
iglesia: la teología de la liberación; la participación de los sacerdotes en los movimientos
populares y la vuelta a la identificación con las carencias de los más pobres.
El Obispo Rojo, como lo llamó Margarita Michelena a Méndez Arceo, en Cuernavaca
estaba también Iván Illich, religioso sabio, educador, de mente extraordinaria;
[y]
Erich Fromm, muy popular entonces.[2]
En Cuautla también
oficiaron misa los teólogos de la liberación: el padre José Mendoza trabajaba
–desde Anenecuilco- con las comunidades indígenas de Xoxocotla y Miacatlán; el
padre Agustín Ortiz Flores trabajó en Chalcatzingo y Atotonilco, antes de su
jubilación lo asignaron a la iglesia de Santo Domingo; en Tetelcingo oficiaba
misa el párroco Patrick Dillon Keneally, le entregó la estafeta al presbítero
José Luis Álvarez en 1981. En la iglesia de San Diego había una escuela para
las Comunidades Eclesiásticas de Base, y en el atrio de Santiago Apóstol
funcionó la primera Casa de la Cultura de Cuautla, el gobierno expropió los dos
espacios: las autoridades municipales instalaron un patético museo sobre el Sitio
de 1812 en lugar de la escuela para las Comunidades Eclesiásticas de Base; y clausuraron
la Casa de la Cultura, los sacerdotes conservadores habilitaron la sede para
impartir un rancio catecismo.
Antes de mudarse a
Morelos, José Agustín era amigo de Enrique Marroquín: “sacerdote y antropólogo,
autor de La contracultura como protesta
[1975],
planteó que estos jipis mexicanos debían ser llamados ‘jipitecas’ (jipis
aztecas, jipis toltecas), para diferenciarlos de los jipis de Estados Unidos”,[3] el
padre Marroquín colaboraba en la revista Piedra
Rodante, junto a dos compañeros de La
onda: Parménides García y Juan Tovar, incluso encasillaron al padre como
parte de la Generación del 68, le
colgaron varios milagritos: “autor de La
contracultura como protesta (en
realidad el libro se llamaba El mito
xipiteca, pero la editorial Joaquín Mortiz por cambiarle el título salió
con un horror redundante), de quien se decía daba misas en peyote o en hongos
(pero no era cierto)”.[4]
Marroquín y José Agustín todavía mantienen relativo contacto por correo
electrónico.
El escritor partió con
su familia a Iowa en 1977, regresaron a Cuautla a mediados de 1979, al poco
tiempo emigraron a Alburquerque y California. En 1980, Margarita Bermúdez y
José Agustín Ramírez inscribieron a sus hijos Andrés y Jesús en la escuela
pública Plan de San Luis, de la
colonia Cuauhtémoc. En febrero de 1981 conocieron al padre José Luis Álvarez:
Llegué a Tetelcingo en febrero de 1981, conocí a la familia
Ramírez-Bermúdez durante su asistencia dominical a la misa de la parroquia de Tetelcingo,
nos habíamos visto en las capillas de Volcanes y Brisas, después fui invitado a
comer con ellos, en esos días llegó a mis manos Ciudades desiertas [1982], uno de los libros de José Agustín.
Leyendo esa novela que me pareció interesante me hicieron la invitación para
comer en su casa de Brisas, sin saber quién era José Agustín. Margarita pasó
por mí a la parroquia y me preguntó: “qué leía”, a lo que respondí el título
del libro, ella me preguntó: “qué le parece padre”, a lo que respondí: “está
más o menos interesante”, ella respondió que el autor era su esposo. Me sorprendió
y entre risas le dije: “me lo hubiera dicho antes para cambiar mi respuesta: el
libro está muy bueno”, así fue cómo se inició nuestra amistad. Gracias por
permitirme rememorar tiempos muy gratos de mi labor sacerdotal.[5]
Oriundo de
Guanajuato, el seminarista José Luis Álvarez llegó a Morelos en julio de 1970:
“Tomé la decisión de salirme del Seminario de Celaya sin ordenar y me vine al
Seminario de Cuernavaca […] En 1976 me nombraron ceremoniero que era el que
acompañaba al señor obispo y lo ayudaba
en la organización de todas las celebraciones especiales. Por cierto, la
primera misa que recuerdo como ceremoniero fue un domingo de ramos”.[6]
Durante un lustro trabajó con Méndez Arceo como “sacristán y monaguillo”, hasta
que el obispo lo designó a la comunidad indígena de Tetelcingo, en sustitución
del padre Patrick Dillon.
Los tres hijos de
Margarita y José Agustín recibieron la primera comunión del presbítero José
Luis Álvarez en la capilla de Brisas, también celebró las bodas de los hermanos
Ramírez-Bermúdez en Cuautla. A partir de 1982, el sacerdote se convirtió en un
amigo de la familia, al grado que gestionó el encuentro entre el Subcomandante
Marcos y José Agustín en la casa parroquial de Tetelcingo (marzo de 2001). El
colectivo Tierra y libertad decidió
que la comandancia del EZLN pernoctaría en la iglesia de Tetelcingo, por la
raíz indígena del pueblo y para facilitar la logística de seguridad (era la
primera vez que toda la comandancia del EZLN salía de Chiapas), mientras el
resto de la caravana del color de la
tierra acamparía en el recinto ferial de Cuautla. El padre José Luis
Álvarez colaboró en el tercer volumen de Tragicomedia
mexicana (1998) con una fotografía de su archivo (junto a Méndez Arceo) y
encabezó la lista de los discípulos del Obispo
Rojo, según José Agustín:
Por su parte, Jesús Posadas Ocampo, hasta entonces obispo de
Tijuana, fue enviado a Cuernavaca en calidad de terminador e impuso la línea dura para desmantelar la red de curas
izquierdistas de Morelos, lo cual logró en gran medida, aunque no pudo doblegar
a algunos sacerdotes seguidores de don Sergio, como los padres José Luis
Álvarez, José Luis Calvillo, Filiberto González, Rogelio Orozco y Baltazar
López Bucio.[7]
En El Sol de Cuautla, José Agustín, volvió
a abordar el tema de la congregación morelense: “El
Estado fue también territorio de Sergio Méndez Arceo, quien dejó una red de
sacerdotes afines a la Teología de la Liberación y ésta, en gran medida por el
apoyo que recibe de sus pueblos, no pudo ser desmantelada del todo por los
obispos Posadas y Cervantes por más esfuerzos que hicieron”.[8] Los sacerdotes progresistas se involucraron en la
problemática social de Cuautla, de acuerdo a Bertha Barreto Zamudio, hija de
Carlos Barreto: “El sacerdote Pepe Mendoza seguía tanto a mi papá que asistían
a las reuniones de los veteranos zapatistas, dentro del Movimiento Plan de
Ayala, tenían sus oficinas en el Valle de Oaxaca, junto a la iglesia de Santo
Domingo. Mi papá era amigo de varios curas de la teología de la liberación”.[9]
El Obispo Rojo también asistía a las
reuniones del Movimiento Plan de Ayala, de hecho, la derecha decía que a Mateo
Zapata “lo manipulaba el obispo de Cuernavaca Sergio Méndez Arceo”.[10]
Debo confesar que me
confundí en la primera edición de José
Agustín en Morelos (2020), pensé que el sacerdote
que acompañó al antropólogo en el
cuento Feliz cumpleaños, Emiliano Zapata
(1979) era José Luis Álvarez, pero el presbítero llegó a Tetelcingo hasta 1981,
por lo tanto el padre Pepe Mendoza y Carlos Barreto son los personajes y amigos
de Mateo Zapata: “El hijo de Zapata está acompañado por un antropólogo joven y
por un sacerdote que viste de civil […] el antropólogo y el sacerdote piden a
los campesinos que no vayan al acto oficial de homenaje a Zapata, porque la
gente de Cuautla y Anenecuilco han organizado unos festejos en la casa donde
nació Zapata”.[11] Ahora todo tiene sentido:
la primera versión del cuento inédito data de 1976 (la trama trata del intento
de exhumación de Zapata), la versión definitiva del cuento inédito data de 1979
(la trama trata del centenario de Zapata) y la clausura del Congreso del
Movimiento Plan de Ayala (8 de agosto de 1979).
La revista Nexos (septiembre de 1979) y el segundo
volumen de Tragicomedia mexicana (1992)
registraron los hechos. Carlos Ferreyra describió la atmósfera combativa del
Movimiento Plan de Ayala: “Apiñados en la puerta del Cinema Robles los
campesinos intentaron también inútilmente, hablar con el presidente. Los
eficaces miembros de la guardia presidencial despejaron rápidamente el camino,
que siguió López Portillo flaqueado por el secretario de Gobernación […] Antonio
Toledo Corro dijo en la tribuna que por instrucciones del presidente López
Portillo se repartirían inmediatamente 84 mil 620 hectáreas: ‘¿Dónde? ¿Dónde?’,
fue la pregunta que salió de la garganta de un muchacho de rostro moreno, pelo
hirsuto y ropa de mezclilla. Fue también el grito que surgió por todas partes,
entre los admitidos en la ceremonia”.[12]
Por su parte, José Agustín se burló del cobarde apellido Corro (“es mejor decir: aquí corrió que aquí murió”), ante las
protestas de los campesinos, López Portillo preguntó: “Qué hago Toledo?
¿Corro?”, efectivamente los burócratas corrieron del Cine Robles, “patitas pa’
qué las quiero”.
El presidente no tenía ninguna claridad con respecto al
campo, sustituirlo [a Jorge Rojo Lugo] con Toledo Corro resultó peor, pues éste
era concesionario de la empresa estadounidense de tractores John Deere y no
parecía ni remotamente el más indicado para el puesto [en la Secretaría de la
Reforma Agraria]; esto se pudo apreciar bien pronto: el 8 de agosto de 1978 [sic], López Portillo y Toledo Corro
fueron a Cuautla a la conmemoración del natalicio de Emiliano Zapata. Los
campesinos morelenses, de por sí molestos por sus precarias condiciones de
vida, en todos los tonos increparon al presidente y al nuevo secretario de la
SRA. Las protestas estaban fuertecitas, y se dice que el presidente,
consternado, exclamó: “Qué hago Toledo? ¿Corro?”, antes de salir, lo más rápido
que se pudo, del horrendo cine Robles de Cuautla.[13]
En el cuento inédito
de 1979, Toledo Corro es un latifundista (en la vida real era concesionario de
tractores); en la ficción, el Ministro de la Reforma Agraria tomó la palabra:
“dice que el presidente ha dispuesto que se repartan más tierras, pero el
público grita al ministro: ‘¡reparte tus latifundios!’. El ministro ya no logra
hacerse oír, entre el tumulto de voces entre el público, y el presidente, el
gobernador y su comitiva tienen que salir casi corriendo del teatro temerosos
de que estalle un botín”.[14]
En el cuento inédito, Barreto y el padre Mendoza boicotearon la asistencia de
los campesinos al Cine Robles (en la vida real era poco probable, porque Mateo
Zapata, Carlos Barreto y Pepe Mendoza convocaron al Congreso del Movimiento
Plan de Ayala); en el cuento de 1979, los festejos populares por el centenario
de Zapata fueron en Anenecuilco (en la vida real, Carlos Barreto organizaba los
encuentros de corridistas en la plaza del Señor del Pueblo y en el zócalo de
Cuautla); en la primera versión del cuento (1976), el sacerdote Pepe Mendoza:
“presenta a su grupo de estudiantes que lleva a cabo una poesía coral sobre
Zapata, en la que se dice que Zapata está vivo, en las montañas, en su caballo
As de Oros y que algún día regresará para que los campesinos al fin sean dueños
de sus tierras”; en la versión definitiva del cuento (1979), el párroco Pepe Mendoza:
“presenta a sus alumnos de secundaria que llevan a cabo la escenificación de
una poesía coral sobre Tlatelolco 1968”.[15]
Las dos versiones del cuento inédito están mecanografiadas en distintos tipo de
papel, el primer borrador está en seis hojas de color blanco, y la versión
definitiva está en siete hojas de papel rosa.
Revisé todo el
archivo del escritor José Agustín en Cuautla: cartas, columnas y artículos
periodísticos, los únicos documentos mecanografiados en papel rosa corresponden
a 1979 y 1981. La familia Ramírez-Bermúdez conserva las colaboraciones de José
Agustín para la prensa capitalina, desde finales de la década de 1960. De la
columna “Mucha ropa” sobreviven los recortes del Diario de México y la versión mecanografiada, pero de los
reportajes publicados en Excélsior
sólo quedan las versiones originales a máquina (no hay respaldos del periódico
de la época), tendré que ir a la Hemeroteca Nacional para cotejar las fechas.
En tres hojas de papel
rosa, José Agustín redactó el artículo Los
sacerdotes y la represión (s/f), denunció el asesinato de la señora Isaura
Soriano de Villanueva a manos de la Policía Judicial de Morelos, víctima (“daño
colateral”) durante la detención de un ciudadano inocente en la terminal de
autobuses Estrella Roja, el crimen desencadenó la protesta de los
sacerdotes de Cuautla:
El 25 de abril de este año [1981], en Cuautla, Morelos
–donde yo tengo la fortuna de residir-, tuvo lugar el siguiente hecho: Unos
agentes de la Policía Judicial del estado irrumpieron en la terminal de autobuses
Estrella Roja, al mediodía. A balazos impidieron que un hombre abordarse uno de
los autobuses. Una de las balas hirió a la señora Isaura Soriano de Villanueva,
quien falleció al día siguiente. Esto no importó mayormente a los judiciales,
quienes arrastraron a puntapiés al hombre que habían detenido y a quien
igualmente habían herido, y lo condujeron a la calle, donde, en su auto, se
encontraba el superior de los agentes. Éste al ver al hombre sangrante que le
llevaban, sólo dijo: -Ése no es, se equivocaron.
Una semana más tarde, los párrocos de Cuautla decidieron
protestar ante este atropello y suspendieron los servicios religiosos de la
localidad el domingo 2 de mayo. Solamente a las cinco de la tarde hubo un acto
penitencial en el templo de Santo Domingo para dar a conocer la denuncia de las
arbitrariedades de la Policía Judicial en Morelos.
Naturalmente, esta insólita huelga de curas no sólo ocurrió
para protestar por el asesinato de la señora Soriano, sino que también vino a
ser un apoyo concreto y oportuno para la decisión del obispo Méndez Arceo de
excomulgar a todos aquellos que, directa o indirectamente, lleven a cabo
torturas en la entidad.
Para quienes vivimos en el Estado de Morelos la decisión de
Méndez Arceo y de los párrocos de Cuautla de ninguna manera es excesiva, ya que
las fuerzas represivas han estado desatadas durante el sexenio del gobernador
Bejarano, quien de ninguna manera se ha distinguido por su simpatía por los
campesinos o los habitantes paupérrimos que hay en el estado.[16]
Los sacerdotes de
Cuautla retomaron la idea de organizar una huelga de la misa dominical
siguiendo las enseñanzas del Obispo Rojo
y su conflicto con la CTM en 1972, de acuerdo al segundo volumen de Tragicomedia mexicana: “Fidel Velázquez
le declaró la guerra a Sergio Méndez Arceo, obispo de Cuernavaca, quien a fines
de 1971 había pedido luchar por un sindicalismo auténtico, y solidaridad con
los conflictos obreros que en ese momento tenían lugar en Morelos y que
abarcaban a Dina-Renault, Nissan, IACSA, Artemex, Textiles Morelos, Rivetex y
Mosaicos Bizantinos. Velázquez ordenó que el IX congreso de la CTM se hiciera
en Cuernavaca el domingo 9 de octubre de 1972, y que sus huestes fueran en plan
de lucha. Temeroso de una provocación seria, Méndez Arceo suspendió los
servicios religiosos en toda la ciudad, incluyendo su célebre homilía de la
catedral”.[17]
El obispo de
Cuernavaca era una autoridad moral, fue precursor del Concilio Vaticano II,
fundó las Comunidades Eclesiásticas de Base, los periódicos Excélsior y El Correo del Sur publicaron sus homilías dominicales, participó en
el Primer Encuentro Latinoamericano de Cristianos por el Socialismo en Chile
(1972), conversó con el cardenal Raúl Silva Henríquez y con monseñor Óscar
Romero, ordenó que replicaran las campanas de la catedral en memoria de
Salvador Allende (1973) y recibió a Hortensia Bussi de Allende en Cuernavaca
(1974), el obispo condenó a las dictaduras sudamericanas y ayudó a los
exiliados chilenos después del golpe de Estado de Pinochet, excomulgó a los
torturadores de Latinoamérica (abril de 1981), defendió a Cuba (recibió la
Orden de la Solidaridad del gobierno de Fidel Castro) y convocó a la unidad
latinoamericana en el V Congreso de Teología (1975), recaudó dinero para los
familiares de los presos políticos (organizaron conciertos de trova en el atrio
de la catedral), escuchó a los comandantes del Frente Sandinista (viajó a Nicaragua)
y albergó al Frente Farabundo Martí (los salvadoreños viajaron a México para
firmar los tratados de paz), las guerrillas confiaban en Méndez Arceo: “La
Asociación Cívica Guerrerense (ACG) secuestró a Jaime Castrejón Díez, rector de
la Universidad Autónoma de Guerrero, por quien se pidió la liberación de 9
presos políticos (entre los que se encontraba Mario Menéndez, director de la
aguerrida revista Por Qué), más 2
millones de pesos. El dinero se pagó a través del obispo de Cuernavaca Sergio
Méndez Arceo, un avión militar llevó a los presos a La Habana y Castrejón fue
puesto en libertad”.[18]
También negoció el rescate del candidato Rubén Figueroa, secuestrado por la
guerrilla de Lucio Cabañas: “Fue liberado por el ejército cuando sólo se habían
pagado 25 de los 50 millones pactados al grupo que dirigía Lucio Cabañas. Y aun
cuando había aceptado interceder, [el obispo] estaba en contra de los
secuestros políticos, como se lo hizo saber al propio Cabañas en una carta”.[19]
La inmaculada trayectoria
de Méndez Arceo tiene una mancha, cometió el error histórico de cerrarle las
puertas a Rubén Jaramillo en El Correo
del Sur (“nadie es profeta en su tierra”, un colaborador de la diócesis de
Cuernavaca descalificó la lucha de Jaramillo). En cambio, José Agustín denunció
el crimen de Estado ordenado por López Mateos: “En Morelos y los estados
vecinos Rubén Jaramillo tenía fama de ser un auténtico defensor de las causas
de los campesinos, en la más pura tradición zapatista […] Se le consideró un
agitador comunista y un día de 1962 la tropa lo secuestró con su esposa y sus
hijos; a todos los llevaron a Xochicalco. Allí los acribillaron sin piedad”.[20]
Comparto la lectura de Lya Gutiérrez: “No me cabe duda que después del
movimiento agrario de Emiliano Zapata, lo de don Sergio y su Catedral: la de
aquí y la ‘amplia, sin techos ni muros’ que construyó para toda Latinoamérica,
es lo más interesante que ha vivido la entidad. Méndez Arceo, Lemercier e
Illich fueron tres grandes revolucionarios de la Iglesia que se atrevieron a
romper fronteras a través de una pastoral profundamente evangélica y
solidaria”.[21] En conclusión de José
Agustín:
En enero de 1983, para desolación de la izquierda del país,
Sergio Méndez Arceo, que ya había cumplido 75 años de edad, tuvo que dejar el
obispado de Cuernavaca, lo cual motivó el regocijo de mucha gente que lo
detestaba (la escritora Margarita Michelena, quien lo bautizó como El Obispo
Rojo, a la cabeza del hate club).
Samuel Ruiz, obispo de San Cristóbal de Las Casas, que también adhería a la
Teología de la Liberación, pasó a ocupar el influyente papel de don Sergio en
la política nacional. Otros obispos afines eran Arturo Lona, de Tehuantepec;
Hermenegildo Ramírez, de Huautla; Serafín Vázquez, de Ciudad Guzmán y Sergio
Obeso, de Jalapa.[22]
*Capítulo del libro: José
Agustín en Morelos (2ª. Edición). Descarga gratuita de la
primera edición en la página:
[8] Ramírez, José
Agustín. “Cuautla y Emiliano Zapata”, en El
Sol de Cuautla, México, 7 de abril de 1999.
[10] López-González Aranda,
Valentín. “Los restos de Zapata, ¿Al Monumento a la Revolución”, en Diario de Morelos, México, 14 de abril
de 2019.
[11] Ramírez, José
Agustín. Feliz cumpleaños, Emiliano
Zapata [cuento inédito, versión definitiva],
México, 1979.
[14] Ramírez, José
Agustín. Feliz cumpleaños, Emiliano
Zapata [cuento inédito, versión definitiva],
México, 1979.
[16] Ramírez, José
Agustín. “Los sacerdotes y la represión”, en Excélsior [s/f,
manuscrito consultado en el archivo de José Agustín], México, 1981.