Alejandro Stuart: “Tengo el archivo más completo de la nueva
canción latinoamericana”
Por Mario Casasús*
Temuco.- En entrevista con La Jornada Morelos, el fotógrafo y poeta Alejandro Stuart (1938),
recuerda su exilio en Cuernavaca y San Francisco: “Fundamos la Peña de
Berkeley, me enfoqué en el campo cultural y a recaudar fondos para la
solidaridad latinoamericana con Chile, Cuba, Vietnam, Congo y Palestina,
abrimos la escuela Casa de la Raza y
la Universidad Sin Paredes –inspirada
en la pedagogía de Paulo Freire-, también publicaba dos páginas de fotos en el
periódico de las Panteras Negras. De
California crucé la frontera hacia México”. Stuart recorre sus pasos morelenses:
“Le pedimos permiso al obispo Méndez Arceo para realizar un concierto de Amparo
Ochoa, Gabino Palomares y José de Molina en el atrio de la Iglesia, para exigir
la libertad de los presos políticos, don Sergio acompañó al exilio chileno. El
pueblo de Morelos era solidario, recuerdo que el caricaturista Rius dibujó un afiche para nuestros
actos de resistencia. Cantamos en todos los pueblos de Morelos, tomé decenas de
fotos de los campesinos zapatistas y escribí varios poemas en Cuernavaca: La feria de Tlaltenango, En amate transparente, El amor de los amores, y El camino al nuevo sol”.
LJM.- Alejandro,
¿cuándo comenzó tu exilio?
AS.- En 1960 salí de la Araucanía, nací en Temuco y me
criaron en Vilcún, terminé mis estudios en el Liceo Pablo Neruda, quería
estudiar medicina. De niño me gustaban todas las expresiones artísticas:
cantaba, bailaba y hacía títeres, copiaba lo que veía al pasar el circo por el
pueblo. Por falta de recursos no ingresé a medicina, fui a la escuela de la
vida; en 1968 me entregué a la vida artística, mi primer exilio fue existencial,
salí del país a los 21 años, conocí Colombia y llegué a Miami, no me atreví a
vivir en plenitud en Chile, era una sociedad absolutamente homofóbica; logré
emanciparme en Nueva York, a los 29 años escribí mi primer poema: Navegando al infinito, me enamoré de un
estudiante afroamericano y tomé mi primera fotografía en Nueva York, pasé
muchas privaciones como inmigrante porque no hablaba inglés, tampoco tenía
papeles para trabajar, fueron años de convivir con el Caribe, después nos
mudamos a California, en San Francisco encontré una raíz de México y conocí a
Angela Davis, la activista cofundadora de las Panteras Negras.
LJM.- ¿Después
del exilio existencial, llegó tu exilio político?
AS.- En California trabajamos por la campaña de Salvador
Allende, viajé a Chile para hacer reportajes gráficos sobre los murales de la
Brigada Ramona Parra –publicamos un libro con mis fotos y el prólogo del
maestro Fernando Alegría-, volví a Chile en junio de 1973 para trabajar en el
área de comunicación de la Unidad Popular, pero llegó el golpe, irónicamente el
11 de septiembre íbamos a Isla Negra con el maestro Fernando Alegría, me pidió
que le tomara algunas fotografías a Pablo Neruda, el martes 11 llegó el golpe y
la salud del poeta empeoró. Salí de Chile después de ser detenido y torturado,
sufrí una simulación de fusilamiento; al regresar a California fundamos la Peña
de Berkeley, me enfoqué en el campo cultural y a recaudar fondos para la
solidaridad latinoamericana con Chile, Cuba, Vietnam, Congo y Palestina,
abrimos la escuela Casa de la Raza y
la Universidad Sin Paredes –inspirada
en la pedagogía de Paulo Freire-, también publicaba dos páginas de fotos en el periódico
de las Panteras Negras. De California
crucé la frontera hacia México.
LJM.- ¿En qué
trabajaste durante tu exilio mexicano?
AS.- Dividí mi trabajo entre la fotografía, cantar en las
plazas públicas y participar en los festivales políticos.
LJM.- ¿Con quién
te relacionaste al llegar a México?
AS.- Con la cantante Amparo Ochoa, con el dramaturgo Felipe
Santander, con el escritor Juan de la Cabada, y con el Obispo Sergio Méndez
Arceo.
LJM.- ¿Dónde
conociste a monseñor Méndez Arceo?
AS.- En la Catedral de Cuernavaca, le pedimos permiso al
obispo Méndez Arceo para realizar un concierto de Amparo Ochoa, Gabino
Palomares y José de Molina en el atrio de la Iglesia, para exigir la libertad
de los presos políticos, don Sergio acompañó al exilio chileno. El pueblo de
Morelos era solidario, recuerdo que el caricaturista Rius dibujó un afiche para nuestros actos de resistencia. Cantamos
en todos los pueblos de Morelos, tomé decenas de fotos de los campesinos
zapatistas y escribí varios poemas en Cuernavaca: La feria de Tlaltenango, En
amate transparente, El amor de los
amores, y El camino al nuevo sol.
Por aquí tengo una “calaverita” que escribí para criticar al gobernador Lauro
Ortega, era una “calaverita PRImorosa”.
LJM.- ¿Cuándo
saliste de México?, ¿quedó algo inconcluso en Cuernavaca?
AS.- Salí en 1989. La fecha coincidió con algo que me dijo
Amparo Ochoa: “estoy pensando en grabar un disco con canciones de un
compositor”, yo le pregunté: “¿quién será el afortunado?, ¿Violeta Parra,
Silvio Rodríguez, o Pablo Milanés?”, Amparo contestó: “quiero su material
compañero”. Desafortunadamente no pudimos grabar el disco porque regresé a Estados
Unidos y Chile; después de 19 años, María Inés Ochoa viajó a Santiago para cumplir
el sueño de su mamá, yo cuidé de niña a María Inés cuando Amparito salía de
gira, fue un acto de amor: venir de México a Chile para grabar mis canciones y
financiar la producción del disco El
rostro de mi pueblo (2008).
LJM.- Al
regresar a Chile -en 2001- retomaste algunos proyectos de tu vida itinerante: la
grabación del disco con tus canciones, y la edición del libro de poemas: “Del
Sur al sur” (2008), ¿te quedan otros proyectos pendientes?
AS.- No concibo una vida sin proyectos, siempre hay algo por
hacer, dejo las cosas al azar, sucederán cuando tengan que ser, no ando
preocupado por grabar un nuevo disco o publicar un libro, me gusta estar en la
canción de todos y en el libro de todos. Volví a Chile después de 29 años,
llegué a Valparaíso, ahora vivo en Temuco, me animé a regresar y salieron
trabajos de traducción del español al inglés, di clases de fotografía y
colaboré con varios colectivos antineoliberales, soy un trabajador de la
comunicación y la cultura, vivo entre la analogía de la cámara y la guitarra,
todas las artes van de la mano, son una caricia y un beso de amor, son un arma
en defensa de la libertad. Me propongo compartir todo lo que hago, nunca me
quedé con las ganas de que publicar una foto.
LJM.- Tomaste miles
de fotos de conciertos en el Auditorio Nacional de México, en la Peña de los
Parra y en la Peña de Berkeley. ¿Cuál fue la sesión fotográfica más
significativa?
AS.- Mi primera sesión fue con la cantautora Malvina
Reynolds, admiro su música, ella compuso Las
casitas del barrio alto, canción que grabó Víctor Jara. Tiempo después,
alguien le dijo al cantautor Daniel Viglietti que yo tomaba fotos, hicimos una
sesión lindísima. Luego llegaron a California: Quilapayún, Inti Illimani, Isabel
y Ángel Parra. En México conocí a Los Folkloristas,
Amparo Ochoa, Mercedes Sosa, Tania Libertad y Gabino Palomares, entro otros. Pasé
a ser el compañero fotógrafo, eventualmente me encontré con los cubanos: Silvio
Rodríguez, Vicente Feliú, Pablo Milanés y Carlos Puebla. En cada Festival de la
Nueva Canción Latinoamericana me pedían una exposición fotográfica para la explanada
del Auditorio Nacional y del Palacio de los Deportes, en el DF conocí a Carlos
Mejía Godoy le hice las fotos para uno de sus discos, así se corrió la voz
sobre mi trabajo.
LJM.- En
Montevideo reconocí una foto tuya de Alfredo Zitarrosa, pero no tenía crédito;
en Valparaíso vi la portada del DVD del “Quilapayún” de Eduardo Carrasco sin
crédito a tus fotos. ¿Qué piensas del plagio por descuido o por lucro?
AS.- En México y Estados Unidos vi fotografías publicadas
sin mi nombre, pero al leer el texto me daba cuenta que me identificaba con lo
que escribieron. No me importa que no me den el crédito, ahora bien: cuando veo
que hay una intención de lucro, a veces les reclamo y los amenazo con una
demanda por plagio. En el caso de Quilapayún el problema fue de Sony, sacaron el DVD con mi foto en la
portada, también las fotos del interior son de mi autoría, al final Eduardo
Carrasco me pagó 200 dólares y se disculpó, no sé en qué anda Quilapayún. Cuando
la gente de Latinoamérica me pide fotos, les respondo: “mándenme algo de plata compañero”,
a veces no tengo dinero para comprar medicinas, ni siquiera para pagar la
renta, corro el riesgo de que me corten la luz o el teléfono, vivo al día.
LJM.- ¿Nadie se
ha interesado en comprar tu archivo gráfico del Museo Nacional de Antropología
de México, o tu registro de la Nueva canción latinoamericana?
AS.- En septiembre de 2000, la Universidad de Stratford
quiso comprar mi archivo por el equivalente a 120,000 dólares, será la primera
vez que tendré cierta holgura económica, en Stratford se interesaron en mis
fotos porque tengo el archivo más completo de la nueva canción latinoamericana
y porque tomé las fotografías de las piezas del Museo de Antropología sin
vitrina, con permiso de la presidencia de México. Y sobre los derechos de mis
canciones que grabó María Inés Ochoa son de ella, todo lo que se genere por
regalías son 100% de María Inés. Eventualmente mi niña grabará muchos discos,
seguirá cantando y será una artista muy reconocida, ella es muy valiente, nadie
la hace callar.
LJM.- ¿Qué
pasará con tu archivo de no concretarse la venta con Stratford?
AS.- Donaré a la Universidad Mapuche todo mi archivo: los audios
de los conciertos de la nueva canción latinoamericana, mis fotos, poemas,
canciones, discos y libros.
LJM.- Finalmente,
provienes de la región mapuche, igual que Pablo Neruda, ¿conociste al poeta
Neftalí Reyes?, ¿por qué retomaste la idea de Neruda y Cantalao?
AS.- Sí lo conocí, mis recuerdos de niños son junto a los
sobrinos de Pablo Neruda, Carlos Reyes y la señora Elenita eran mis apoderados
escolares. Don Pablo era un señor que nos visitaba en el liceo para leer sus
poemas, en la casa de la familia Reyes había cosas muy lindas que don Pablo
traía de sus viajes por Oriente, Europa y Latinoamérica. Descubrí la poesía de
Neruda en Nueva York, sus memorias Confieso
que he vivido (1974) me transportaron a la infancia, al campo de Temuco.
Recuerdo que en México leí otro libro de Neruda: Arte de pájaros (1966), me inspiró a escribir el poema “Tercera
llamada”. En julio de 2004 escribí el poema “Cantalao”, al poeta le arrebataron su patrimonio, Neruda dejó la Fundación Cantalao para las artes y las
ciencias en 1973, pero unos pillos se apropiaron de su legado, unos
sinvergüenzas se quedaron con los derechos de la poesía de Neruda.
*Entrevista póstuma publicada en La Jornada Morelos. En memoria de Alejandro Stuart (1938-2013).